
Puedo escribir los versos más cutres esta noche.
Quizá debería levantar la persiana y contemplar cómo cae la lluvia sobre el tejado del edificio de enfrente para inspirarme.
Pero no estoy segura de que fuera a servir de mucho. La Neumo se llevó hoy todas mis neuronas funcionales y las que quedan desacatan mis órdenes por objección de conciencia. Me han dado un ultimátum: si no les doy cosas coherentes se niegan a intentar comprender una sola frase más. Y punto.
Afortunadamente ya es casi mañana. Viva. Eso significa que mis hermanos están orbitando cada vez más cerca de aquí, y que mañana por fin nos desharemos las frustraciones de meses en carcajadas de horas y horas. Ha sido extraño e importante esto de aprender a echaros de menos. (Yo que siempre os tuve al lado, vigilando que no me estampara contra algún árbol bajando a toda velocidad por la cuesta nevada de vuestro jardín en una bolsa de basura negra...) Así aprendí a desarrollar la falta de conciencia de peligro que todavía luzco con inconsciente orgullo. Como las cicatrices que nos hicimos cogiendo moras en La Lanzada o haciendo cabañas con troncos en la aldea.
Aprendí a navegar entre las orillas de vuestro contraste: medido orden, caos, organización, entropía, remolino de creatividad... Inventando mil juegos en un ensayo de aquello que nos quedaba tan lejos: hacernos viejos, llenos de "cosas importantes" que hacer y con cada vez menos tiempo para saltar en el sofá y recoger moras.
Hoy no quedan sopas de caracol, patinar en el parque, lanzar la merienda por la ventana, subir a los árboles. No hay moras. No se pescan truchas con palos en el agua ni se huye de los ogros ni de la oscuridad.
Somos menos pequeños y más mezquinos.
Pero guardamos la certeza de tenernos.
Y la seguridad que me da el saber que seguiréis vigilando que no me estampe contra algo.
Y si no os gusta, apandando. Eso os pasa por ser los mayores.