marzo 13, 2013

Inútil


Estos días de hacer galletas, ver documentales, pasar horas en la piscina, pasear y en fin, saborear los minutos, me reconcome un pensamiento. Y es que creo que me siento un poco inútil.

No inútil de no resultar útil. Es más un tomar consciencia de mi discapacidad para tomar decisiones, ahora que las opciones no están del todo claras. Una a estas alturas se conoce un poco a sí misma y esa casi patológica necesidad de saber que todo está bajo control. Y ahora, pues vaya, hay que decidir. 

Es época de los tradicionales: "tranquila, que no pasa nada, que vas a elegir bien, que vas a ser feliz haciendo lo que sea". Algún desaprensivo me ha dicho incluso que sólo tengo que hacer "lo que me dicte el corazón". Frases preciosas cargadas de positivismo y buena intención que me enervan hasta la médula porque sólo yo sé, en mis adentros, lo terriblemente inútil que me siento navegando esta incertidumbre.

Lo cierto es que resulta paradójico que las decisiones más importantes son con frecuencia las que se hacen sin saber las reglas del juego. Sin contar con argumentos lo suficientemente sólidos como para valorar la "mejor opción", esa que todos queremos, la perfecta, la adecuada a tu persona y a tu medida. La que no existe, vamos.

Es como escoger entre varias puertas cerradas pintadas cada una a su manera, con más o menos florituras, con más o menos colorido, pero cerradas. Y saber que no van a abrirse para ver qué espera realmente al otro lado hasta que la decisión esté tomada y hayas elegido una. Y es que, a veces, la verdad "está ahí dentro". En todos los sentidos.