Esta noche soñé que te rozaba el lóbulo de la oreja.
Desde la sien, recorriendo con los labios la delgada línea que separa la ternura y la indecencia hasta el ángulo de tu mandíbula, sostenido entre dos vectores imposibles de conjugar: tu saber estar y mi no-saber ser.
Me desperté con ese sabor metálico de la duda.
Luego te pensé un rato, murmuré algo e hice café.