mayo 26, 2011

Подаруй світло мені



Я біжу назустріч вітру, аж на край землі           I run towards the wind to the edge of the earth 
Де, я вірю, залишилось щось хороше              Where, I believe, left something good 
Я не знаю дім в якій мій стороні                          I don't know where is my house
Я не знаю чи повернусь я туди ще                    I don't know whether I will back there yet


Esperaba algo gris y soviético, rígido y anclado en una época muy anterior, con grandes avenidas semivacías y sombríos bloques de hormigón, recordando que, a veces, cualquier tiempo pasado fue peor.

Y en mi ignorancia, me sorprendió encontrar un remolino de gente, colores, tenue olor a azahar y calor abrasador. Jaguars circulando por las aceras, junto con viejas marshrutkas (furgonetas que funcionan como taxis colectivos), caniches a la última y perros callejeros, imponentes edificios construidos según la filosofía "cuanto más grande mejor", ruinas y edificios en obras, carteles inabordables en cirílico, resplandecientes cúpulas ortodoxas llevando la luz del sol a todos los rincones, jardines y fuentes, terrazas llenas de gente charlando animadamente en ruso -de vez en cuando algún bendito paralelismo entre ucraniano y polaco-, barrios "bien" tomados por los escaparates de las grandes marcas -bajo la reprobadora mirada de la estatua de Lenin vigilando la avenida-, rubias de piernas kilométricas intimidando mi metro y pico de persona y luciendo como nadie la necesidad de reafirmarse en el convencimiento de que ha llegado una nueva etapa para la vieja Ucrania...  Así descubrí Kiev, el Estambul del Este, una ciudad llena de contrastes, rebosando en primavera unas incontenibles ganas de Vivir, con mayúscula, no sólo de salir del paso. 


Y es que está claro que no es la historia siempre como la cuentan... y hay que salir a averiguarlo.


mayo 13, 2011

Falling over


Tenue luz y tenue olor a vainilla en el ambiente. Fuera oscurece y las endorfinas recorren mi sistema tras el retumbar de mis suelas por el paseo del río. Disfruto de mi burbuja y no me preocupo de su efimeridad, mientras intento fijar la imagen de la llama en mi pupila para conservar este agradable calor que me brinda su silueta naranja. Al final no va a resultar tan mala la vida contemplativa. 

Suena Morcheeba (benditos clásicos que nos recuerdan el buen camino, como estrellas polares) y no  recuerdo qué iba a contar, quizá eso no sea malo. Quizá he aprendido a ser, simplemente, y a no esperar más que lo que el instante en sí mismo puede ofrecerme.