enero 04, 2012

Mutis por el foro


Recuerdo que él tenía la dosis suficiente de utopía para hacerme sentir resignada, la dosis exacta de realismo para hacerme sentir ilusa. Era lo suficientemente libre como para hacerme sentir sumisa, lo suficientemente comprometido como para hacerme sentir indiferente. 

Era gran conocedor de todas las cosas importantes de este mundo. Y sólo él sabía con su visión preclara y su resuelta intuición de mis más intrincados vaivenes, anticipando antes que yo cuál sería mi postura y próximo movimiento. Tenía en la mirada cierta ternura de niño ingenuo que se resiste a crecer, un aire de tragedia perenne de artista atormentado... y un atisbo de reproche permanente implícito. 

Él, con su sensibilidad superlativa. Con el caminar pausado y melancólico del genio incomprendido, el manejo exquisito de la palabra del vendedor de humo. Barroco y clásico, mártir y verdugo, cómplice y traidor. Coherente y contradictorio.

Fue lo suficientemente inteligente como para producir mi admiración, lo suficientemente apasionado como para mantener vivo el fuego y lo suficientemente imbécil como para alejarme poco a poco de él. Me aburrieron sus silencios místicos y sus disertaciones. Me desenamoré de sus rodeos, de sus tormentos y complejidades. Quizá tenía razón, al fin y al cabo: demasiado ordinaria para apreciar todas las sutilezas del cosmos. Demasiado débil para enfrentar los grandes conflictos de la existencia humana.

Una tarde de marzo día abrí las ventanas y cerré la puerta tras de mí, con un par de vinilos desgastados bajo el brazo y una última, final, sombra de desaprobación a mis espaldas.

Aquel día, comenzó la primavera. 

No hay comentarios: